Comentario
En la familia decimonónica persisten los valores patrimoniales, siendo el padre el eje sobre el que pivota el sistema patrilineal de la transmisión de bienes. La herencia se considera como un derecho consuetudinario y tradicional, sancionado por la ley y los códigos civiles. Como marido, el padre es también el administrador único de los bienes familiares.
La familia es, para la sociedad burguesa, la célula básica sobre la que se sustenta no sólo el sistema social sino también el económico y el político. En cuanto que lugar primario de inserción del individuo, es también mecanismo de socialización. En ella los hijos aprenden la tradición, se empapan de la educación paterna y adquieren los valores que les serán útiles en el futuro. En la familia, se trasmite a los individuos el código simbólico referente a la nación, el nuevo marco referencial ahora imperante. Si durante el Antiguo Régimen muchas personas podían estar adscritas a señoríos nobiliarios o eclesiásticos, o veían en el rey a una figura a la que guardar fidelidad por encima de todas las cosas, ahora, con el encumbramiento de conceptos como nacionalidad o ciudadanía, los individuos han de aprender nuevos códigos de comportamiento, nuevas formas de pensar, nuevos valores y estructuras. Para este menester, la familia, así como la escuela, se manifiestan como el caldo de cultivo ideal.
Familia y Estado aparecen como instituciones similares, aunque actuantes en rangos diferentes. Ambos proveen de bienes materiales y espirituales: el individuo recibe cuidados sanitarios, es formado y educado, es defendido; en ambos el individuo tiene un lugar y una identidad, lo que le garantiza unos derechos al mismo tiempo que unos deberes: la persona adquiere por nacimiento unas señas de adscripción únicas que le identifican de por vida y que se pretende sean motivo de orgullo y singularidad, posee un apellido así como una bandera, conoce a sus antepasados al mismo tiempo que a los héroes de la patria; tanto en el ámbito familiar como en el estatal ha de trabajar a favor del bien común, convencido de que ambos son inseparables: debe aportar, a partir de cierta edad, a la economía familiar -salario- y al Estado -impuestos-, debe prestar parte de su tiempo en forma de servicios a la comunidad, tales como el trabajo o la milicia.
En tanto que institución que se pretende intemporal, la familia burguesa tiene en la acumulación del patrimonio uno de sus objetivos principales. La tradición y la herencia son recibidos por el individuo al nacer y es su obligación no sólo mantenerlos sino, en los casos materiales, incrementarlo. Las posesiones familiares pueden ser símbolo de distinción y prestigio, en una sociedad en la que ya han perdido importancia aspectos como el título de nobleza, más propios del pasado. La casa y su contenido son, pues, la parte fundamental del patrimonio, un legado que apela a las raíces y a la propia identidad y que ha de ser transmitido a los herederos, así como el "buen nombre" y la "posición social".